domingo, julio 28, 2013

Una peineta




— ¿Por qué nunca te recoges el cabello, Jung? —preguntaste, con tu mano en mi cadera.

Y ni siquiera me dejaste responder, no, de inmediato sacaste una peineta hermosa. Color rojo oscuro, con lunares blancos y un corazón blanco también pintado en un extremo. Y recogiste mi cabello, deshaciendo el orden que yo había logrado crear por la mañana, con mis peines y mis cremas profesionales. Gemí, gritonee.

Pero ya estaba hecho.

—No hagas tanto alboroto. Te ves hermosa.

Y me besaste. Y ese fue tu beso —hacía mí—, número cien. El último que yo contabilice.

¿Cuántas veces la besaste a ella, Amber?, ¿cuántas peinetas rojas le regalaste?

No, olvídalo. No me importa.

Sólo quería decir que amo llevar mi cabello suelto, lo adoro, simplemente me encanta la sensación cálida en mi espalda debido a lo tupido que es, el cómo se mueve junto conmigo, acompañándome.

Lo amo. Así que no te sorprendas si ahora te digo que las veces que me viste usando esta peineta, fue porque logré mirarte caminar hacia dónde yo estaba antes de que me vieras, y más rápido de lo que tú me dejaste, me recogía el cabello, tal y cómo tú lo hiciste una vez.


Tan desesperadamente quería hacerte feliz, Amber. Tan desesperadamente.



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