Una,
era las que soportaban el dolor en silencio, las que siempre decían “estoy
bien”. Amber era de esa clase.
La
segunda, era de aquellas que amaban preocupar a los demás, que adoraban hacer
muecas dolorosas, y que eran tan buenos actores, que llegaban a hacer que los
demás pensaran que podrían morir en cualquier segundo así su malestar fuera una
pequeña tos.
De ese
último tipo, era Krystal.
Siempre
haciendo drama de cualquier pequeña cosa, las lágrimas le salían fácil, y las
muecas dolorosas también.
Y
debido a todo eso, era que se encontraban en aquel pequeño restaurante, Amber
sentada al lado de Krystal aunque hubiera preferido haberse sentado enfrente,
tomar la cara de Jung y apretarla contra su pecho. Así nadie vería el show en
solitario de la joven.
Pero
no.
Estaba
al lado, lo cuál provocaba que cualquiera que pasara del lado desnudo de
Krystal, pudiera ver sus lágrimas, caer una tras otra, lentas pero sin falta.
¿Y la
razón?, respecto a Krystal, casi nunca era necesaria una razón. Mas esta vez si
la había. No se trataba de un dolor físico, sino más bien sentimental.
Era
por Jessica, su hermana, quién debido a sus estudios en la universidad no
podría asistir a la fiesta en conmemoración del día de San Valentín que Krystal
tanto se había empeñado en hacer.
Una
tontería a los ojos de Amber, ya que se encontraban en Corea y allí eso no se
celebraba cómo en Estados Unidos, pero cómo ya se hizo notar, Krystal insistió.
Y
cuándo Krystal insiste, no hay Amber que pueda hacerla cambiar de opinión.
Y,
técnicamente, por eso lloraba.
Porque
se había esmerado mucho en la decoración, en los pastelillos, en las
invitaciones…, para que, al final, alguien tan importante para ella cómo lo era
Jessica, no pudiera asistir.
A
Amber no le preocupaba que llorara, no, lo único que pedía era que lo hiciera
en privado, sola en su habitación, con la cara aplastada contra una almohada,
que gimiera si eso la hacía sentir mejor pero, ¿por qué tenía que llorar en un restaurante
con ella al lado?
Así
era Krystal, esa era la única respuesta.
Así
era la Krystal que no podía sufrir si nadie daba fe de ello.
Así
que, en todo ese cuadro casi repulsivo, Amber era solamente un testigo, un
testigo que en cuanto alguien preguntara la razón de porqué Krystal tenía los
ojos rojos, daría a entender con una sola mirada que Jung había estado llorando
con el corazón herido, horas y horas. Y más que eso.
El ser
testigo era una trabajo claramente incomodo. Los empleados del lugar miraban a
Krystal con ojos tristes, preocupados, casi maternales. Uno incluso miró a
Amber con odio puro, ella dedujo que creía que Krystal lloraba por su culpa…
Rayos,
no, diablos, ¡no!, por primera vez en mucho tiempo, Amber maldijo la ropa que
traía puesta; un pantalón pegado de mezclilla color negro, una playera ancha
negra también con la figura abstracta de un árbol en blanco. Unas botas negras
altas con agujetas gruesas que eran su adoración, una gorra negra. Un par de
anillos en el dedo anular y medio, y un brazalete.
Cualquier
persona no familiarizada con su estilo que viera esa escena, pensaría
fácilmente que ellas dos eran una pareja, ella un chico rudo sin corazón del
que Krystal estaba perdidamente enamorada, tanto, que no le importaba llorar en
público cuándo el chico sin corazón
quiso dejarla.
Diablos.
Ángeles y ninfas.
A la
mierda.
—Disculpe
señorita, ¿el joven la está molestando?
Uno de
los empleados varones se acercó, era guapo y alto, Amber casi le sonríe y le
aclara las cosas. Casi. Antes de que él le mandará una amplia mirada de
desprecio.
—No,
estoy bien. Gracias—respondió Krystal, sin más. Ella ni siquiera aclaró que
Amber no era un chico.
El
joven estaba a punto de refutar, sin creérsela, cuándo Amber contestó por
Krystal, con una voz suave, femenina, bonita. Sino fuera porque habló en un
volumen elevado, su voz hubiera sonado a canto de cuna.
—No se
preocupe por mi amiga, yo la estoy cuidando—y sonrió, pestañeando. Casi
presumiendo lo bien que se veían sus pestañas negras luciendo ese rímel que
Sulli le aplicó contra su voluntad.
El
empleado se atiborró contra la carta de menú que sostenía.
Pareció
tragarse todas las palabras que iba a decir hacía aquel mal novio sin corazón,
porque no había chico tal. Sino una chica con apariencia ruda pero con voz
suave.
—De
acuerdo—logró decir, y prácticamente corrió hacia la cocina del lugar.
— ¿Qué
demonios fue eso? —cuestionó Krystal, sonándose la nariz.
—Bueno,
una vez más alguien me confundió con un chico, y fue precisamente un chico
lindo quién lo hizo, así que le coquetee para que no tenga que pensar en
volverse gay para salir conmigo.
Amber
sonrió, satisfecha. Krystal arrugó el entrecejo e hizo un mohín aniñado con sus
labios.
—Antes
de que comiences a llorar de nuevo—siguió Liu— ¿por qué no dijiste que soy una
chica?, así me hubiera ahorrado la escenita y él un paro cardiaco.
Krystal
simplemente alzó los hombros, quitándole importancia.
—Cómo
dices, es sólo alguien más que te ha confundido con un chico, y créeme que
excluyéndome a mí, y a él, para todos los presentes, eres un chico.
Olvidaste mal novio y sin corazón, quiso decir Amber.
Pero
en lugar de eso, se sumergió en su soda.
Para
sorpresa de Amber, y tal vez de Krystal misma, las lágrimas no pararon allí.
Más servilletas por favor, disculpe,
¿podría darnos más servilletas?, lamento las molestias, no importa si se nos
cobran, denos más servilletas.
Gracias.
Iban
en aumento, cómo si alguien hubiera abierto la llave de las lágrimas de
Krystal, y abierta, la hubiera roto para que nadie pudiera cerrarla.
Ya
llevaban allí al menos tres horas, y tenían para almorzar sólo dos.
Amber
estaba lista para vendarle la cara a Krystal y salir corriendo.
Pero
hubo algo que le llamó la atención. Todo el tiempo que había estado llorando,
Krystal nunca dejó que sus lágrimas llegaran más allá de sus pómulos, siempre
las hacía morir antes, pero Amber notó que comenzó a dejarlas ir. A que
partieran sus mejillas en dos partes y luciera así, aún más lamentable y frágil.
Su
mano se movió en automático, en cuanto una de las lágrimas de Krystal quiso,
presurosa, bajar a su mejilla, Amber la tomó entre sus dedos, y la mató.
—No
llores así, Jung—susurró—no dejes que personas que no te aman te vean llorar.
Krystal
se quedó callada. Sus grandes ojos sólo miraban a Amber, sólo a ella. Suspiró,
sin parpadear. Sus manos se posaron en el brazo de Amber que yacía sobre la
mesa.
—Tú me
amas—dijo, con voz quebradiza por el llanto.
Amber
quiso pensar que se trataba de una afirmación, y así era, mas parecía por poco,
una pregunta.
—Ellos
no—afirmó, señalando con un pequeño cabezazo a las demás personas en el lugar.
Krystal
dio una risa lastimada.
—Yo no
quería llorar frente a las chicas. Yo sólo quería…que estuvieras tú.
Y es
que para Krystal todos los que estaban allí que no fueran Amber, eran
invisibles. No existían.
En el
idioma de Krystal Jung, ella estaba allí, llorando sólo frente a Amber, y nadie
más.
Amber
la jaló contra sí y la besó. Casi se jactó de felicidad cuándo los labios de
Krystal no estaban salados, libres de lágrimas y en cambio le llegó el
inconfundible sabor de la fresa, gracias al brillo labial de Jung.
— ¿Soy
una niña muy llorona? —preguntó, entrelazando sus dedos con los de Amber.
—
¿Acaso tienes dudas?
Ambas
sonrieron, y volvieron a besarse.
La
llave de las lágrimas de Krystal Jung se cerró, gracias a Amber Liu, cómo
siempre.
—La
cuenta por favor—dijo Krystal a su respectivo mesero. El joven miró con aire
confuso el cariñoso enlace de manos que presumían.
Amber
se apresuró, carraspeó y logró una voz grave, varonil.
—Oh,
no se preocupe. Todo ha sido una confusión, yo jamás dañaría a mi princesa—y
dicho aquello, apretó el puente de la nariz de Krystal amorosamente. —Lamentamos
mucho las molestias.
El
hombre sonrió, encantado con lo oído, se dio la media vuelta y fue a la caja.
Amber
contuvo una carcajada.
—Eres
horrible—musitó Krystal.
Lo sé,
lo sé, pensó Amber.
Cuándo
salieron del lugar, el mesero al que Amber había dicho que era una chica,
estaba en la puerta, con la boca llena de estupor y preguntas.
Amber
y Krystal caminaban lo más cerca posible, un brazo de Amber cayó detrás del
cuello de Krystal, dejando su mano colgando por el hombro de la menor, Krystal
aprovechó eso y entrelazó sus manos. Una popular y adorable pose de pareja.
El
mesero quería decir algo, Amber le dio una negativa, le pidió la mano y dejó
caer monedas dentro, luego guiño un ojo.
No,
no, no, le comunicó mentalmente.
Cuándo
ella y Krystal estuvieron fuera, Jung le dio un golpe al estomago, nada débil.
Además
de muy llorona, Krystal Jung era muy celosa.
—De
quién me fui a enamorar—vociferó Amber, con tono desconsolado.
Krystal
le envió una mirada llena de brillo, junto con una sonrisa adorable.
De ti, sólo de ti, quiso decir Amber.
Y cómo
siempre, no lo hizo.
Besó a
su princesa por última vez, y siguió adelante. Caminando. Con una de las sienes
de Krystal bajo sus labios.
Porque
Amber podía soportar ser confundida con un chico, pero jamás por un novio malo, descorazonado y cruel. Porque ella no sería así con Krystal nunca, nunca,
nunca.
SAHSDASDGHSDGSAHDGASHD♥
ResponderEliminarTan cute y tierno y hdsadhsdgsdghasghsagdhasgdhsd♥
Simplemente Amber ama a su princesa y su princesa la ama *u*
Demasiado fdagdafhgfhdagfhadfgahd♥
Gracias~~ ♥~